Se encargó de dar forma al cine de terror moderno y también a su propia deconstrucción. Wes Craven, padre del icono terrorífico Freddy Krueger y autor de algunas de las películas más influyentes del género durante las últimas cuatro décadas, ha fallecido en su casa de Los Ángeles víctima de un cáncer cerebral, según han comunicado a la prensa sus familiares. El legado de Craven se concreta en 22 largometrajes para cine, un puñado de telefilmes y trabajos para televisión, guiones, producciones y la creación de dos sagas imprescindibles para entender la evolución del cine de terror reciente: Pesadilla en Elm Street y Scream.
Tras estudiar psicología y filosofía en la universidad, Wes Craven trabajó durante un tiempo como profesor de Humanidades hasta que decició dedicarse al cine. Sus primeros trabajos en la industria fueron en la edición de sonido y, sobre todo, como guionista y montador de películas X, llegando a participar en el hito del cine pornográfico Garganta profunda (Jerry Gerard, 1972).
Ese mismo año estrenó su primer filme como director: la cinta de bajo presupuesto La última casa a la izquierda (1972), una explotación de El manantial de la doncella de Ingmar Bergman que, con un presupuesto de 87.000 dólares se convirtió en un gran éxito de taquilla al recaudar más de 3 millones pese a la oposición de la censura debido a sus escenas de violencia explícita. Craven continúo forjando su identidad como director de terror con indudable pulso para los aspectos más violentos y grotescos del choque entre realidades sociales y el pánico exacerbado hacia “el otro”, lo externo y extraño, con Las colinas tienen ojos (1977; más su secuela en 1984), Bendición mortal (1981), La cosa del pantano (1984) e Invitación al infierno (1984).
Con Pesadilla en Elm Street (1984), Craven reinventó el terror juvenil que llevaba tantos años saturado de adolescentes perseguidos por psicópatas enmascarados. Con la creación del imperecedero Freddy Krueger, un asesino implacable con la cara quemada y un guante de garras afiladas que comete sus fechorías en el mundo de los sueños, nacía un icono materializador de pesadillas y comenzaba una de las franquicias más lucrativas del género: infinito merchandising, seis secuelas –el propio Craven dirigió diez años después la deconstruida La nueva pesadilla (1994)–, serie de televisión, videojuegos, crossover con Viernes 13 en Freddy contra Jason (2003), un remake y, de momento, otro en camino, etc.
Mientras las secuelas, cada vez más juguetonas, de Freddy se apilaban, Craven siguió explorando los límites de la realidad con proyectos más personales como Amiga mortal (1986), La serpiente y el arco iris (1988), Shocker, 100.000 voltios de terror (1989) o El sótano del miedo (1991), cada vez peor recibidos por la taquilla.
Se puede decir que los 90 fueron una década extraña pero definitioria para el cineasta. Después de La nueva pesadilla y de filmar la comedia vampírica Un vampiro suelto en Brooklyn (1995) como vehículo para Eddie Murphy, la alianza con el guionista Kevin Williamson alumbró la otra gran renovación del terror psychokiller que marcaría el género durante más de un lustro: Scream (1996), la prolongación del reflexión metalingüística sobre el cine de cuchilladas elevada hasta un nuevo nivel de autoconsciencia. Tres secuelas, todas dirigidas por Craven –Scream 4 (2011) queda como su último largometraje–, y una serie de televisión actualmente en emisión, demuestran su pregnancia cultural.
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